Estoy leyendo esto:
nuke.chabieraas.com/Portals/0/pdf/lentitud.pdf
Y,me acorde del tema.
En
1910, el historiador Herbert Casson escribió que con el uso del
teléfono, la mente ha adquirido un nuevo hábito. Nos hemos
desprendido de la lentitud y la pereza... La vida se ha vuelto más
tensa, despierta, enérgica. A Casson no le habría sorprendido
saber que quien se pasa largas horas trabajando con un
ordenador puede impacientarse con quienes no se mueven a la
velocidad del software.
A finales del siglo XIX, un protoasesor de dirección empresarial,
Frederick Taylor, dio otra vuelta de tuerca a la cultura de la
celeridad. En la Acería Bethlehem de Pensilvania, Taylor utilizó un
cronómetro y una regla de cálculo para determinar, hasta la última
fracción de segundo, el tiempo que debería requerir cada tarea, y
entonces las ordenó a fin de obtener la máxima eficiencia. En el
pasado, el hombre ha ocupado el primer lugar —dijo en un tono
amenazador—. En el futuro, el Sistema debe ocupar el primer
lugar. Pero, aunque sus escritos se leían con interés en todo el
mundo, Taylor obtuvo unos resultados mediocres cuando llevó a
la práctica su administración científica. En la Acería Bethlehem
enseñó a un obrero a mover lingotes de hierro cuatro veces más
rápido que la media en una jornada. Pero muchos otros obreros
se marcharon, quejándose de estrés y fatiga. Taylor era un
hombre duro con el que resultaba difícil congeniar, y acabaron
por despedirle en 1901.
Pero a pesar de que vivió sus últimos años en una relativa
oscuridad y los sindicalistas lo odiaban, su credo (primero el
programa, luego el hombre) dejó una marca indeleble en la
ideología occidental. Y no únicamente en el lugar de trabajo.
Michael Schwarz, quien produjo en 1999 un documental sobre
el taylorismo, dijo: Es posible que Taylor muriese lleno de
oprobio, pero probablemente se rió el último porque sus ideas
acerca de la eficiencia han llegado a definir nuestra manera
actual de vivir, no sólo en el trabajo sino también en nuestra
vida personal.
Más o menos por la misma época en que Taylor calculaba
cuántas centésimas de segundo se tardaba en cambiar una
bombilla eléctrica, Henry Olerich publicó una novela titulada A
Cityless and Countryless World [Un mundo sin ciudades y sin
países], que retrataba una civilización de Marte, donde el
tiempo era tan precioso que se había convertido en la
moneda.
Al cabo de un siglo, su profecía prácticamente se ha cumplido:
hoy, el tiempo es más parecido al <dinero que nunca. En los
países anglosajones incluso se utilizan las expresiones ser
rico en tiempo y, más a menudo, pobre en tiempo.
Guillermo